María Santísima de la Amargura
“La Calle de la Amargura evoca siempre a la Madre. Aunque el Evangelio lo silencia, así como lo cuenta la tradición. Los cristianos llevamos siglos recordando aquel Doloroso Encuentro, en el que la Madre e Hijo dialogaron sólo con las miradas”
Destruida la primitiva imagen de la Virgen durante la Guerra Civil, la hermandad encarga una nueva talla de su titular, siendo la primera imagen en llegar a la cofradía tras dichos sucesos. Es donada por D. Antonio Herrero de los Reyes, afincado en Jerez de la Frontera, y tallada en esta misma localidad por el imaginero Ramón Chaveli Carreres, durante su etapa en dicha ciudad de la provincia gaditana. Es bendecida en la iglesia de la Milagrosa, sede provisional de la parroquia, el 21 de julio de 1937.
Es una imagen de estilo valenciano, genuina en nuestra ciudad por la peculiaridad que conlleva dicha escuela, ya que no es una imagen de candelero, sino que tiene tallada túnica, piernas y pies calzados con unas sandalias anudadas, en postura de caminar adelantado el derecho sobre el izquierdo. De 1,63m de altura, tallada en madera de cedro, se nos muestra la Madre del Nazareno de facciones marcadas, duras pero colmada de dulzura. De tez morena, y serio semblante, doliente por la Pasión del Señor, sin perder la dulzura que la caracteriza. Su rostro, ovalado, de mentón fino, prominente y mejillas sonrosadas, en el que destacan sus ojos con cinco lágrimas de cristal, oscuros, de profunda mirada, baja, acentuada por sus pobladas y largas pestañas, enmarcadas por unas finas y largas cejas, que se ensanchan en el nacimiento. La nariz, fina y larga, otorga un característico perfil a la imagen con ceño, recto y de marcada V. Su maternal expresión resalta en la boca, entreabierta, de labios carnosos, y comisuras leventemente inclinadas, como si un aliento de consuelo fuese a decirnos.
La expresión de la Amargura, se completa con el lenguaje de sus manos, la izquierda baja, señalándose y la derecha levantada mirando el pañuelo. Un lenguaje no verbal con el que dice “Yo soy la Amargura, la Madre del Nazareno, la Salvación de los Hombres, que extiende a Huelva su pañuelo”.
La imagen ha sido sometida a varias restauraciones, siendo intervenida en 1946 por Antonio León Ortega rectificándole la cintura y fue en 1950 a resultas del incendio fortuito que destruyó la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, cuando la imagen de la Amargura, que no sufrió daños de envergadura, fue restaurada por Sebastián Santos Rojas, policromando de nuevo la imagen y realizándole un nuevo juego de manos. En 2006, D. Enrique Gutiérrez Carrasquilla, al igual que al Señor se le realizó unos nuevos brazos articulados y limpió la policromía de la imagen, retirando los estratos de suciedad y reintegrando pequeñas partes, así como la colocación de un nuevo juego de pestañas de pelo natural.
La primitiva imagen de María Santísima de la Amargura se supone que procesionaba en la madrugada del Viernes Santo con anterioridad a 1826, año en que se tiene constancia de la primera mención sobre la Santísima Virgen, por la realización varios pagos por modificaciones en el paso de la Virgen. Era una imagen de candelero para vestir, de gran similitud a la Virgen de las Angustias de la hermandad de la Vera Cruz de Alcalá del Río y la hermandad homónima de Villanueva del Ariscal. Su cabeza se mantiene ligeramente inclinada hacia delante, sin perder el hieratismo propio de las obras barrocas. Cabe destacar la serenidad de su rostro, y en las imágenes que se conservan en el archivo de la hermandad, se aprecia su profunda mirada, cabizbaja, con ojos de cristal, acentuada por las pestañas en el párpado superior y peleteadas con gran realismo en el inferior, y el característico ceño contraído pronunciado por las finas, largas y agulosas cejas. La frente, lisa, recta, precede sin certeza a la cabellera policromada sin tallar, tan característica en la producción del autor.
La talla de una sublime belleza y altísima calidad, se atribuye a la producción del imaginero José Montes de Oca en el primer tercio del siglo XVIII
La nariz, recta, y de generosas proporciones, con una delimitada raíz y punta, dibujando un bello e imponente perfil. La expresión del rostro de marcados pómulos encarnados, está rematada por su boca, de labios carnosos entreabiertos, dejando ver la lengua, acentuando su expresión dramática de dolor en un halo de belleza. El sello que define la obra de Montes de Oca, lo encontramos en el mentón, afilado y prominente, con el característico hoyuelo, apreciable por ejemplo en la imagen mariana del misterio de la sevillana hermandad de los Servitas.
Sus manos, de palma carnosa y definida, con depresiones en la base de todos los dedos, de líneas finas agudizado por los dedos finos y su expresión recta, profusamente enjoyados con anillos en todas las referencias fotográficas que conserva la hermandad. La maravillosa talla de la Santísima Virgen, corrió la misma fortuna que la del Señor, incendiada también la noche del 20 de julio de 1936.